Los otomíes o yuhú de la Sierra Madre Oriental
Los Otomíes constituyen uno de los más numerosos grupos indígenas de México y viven en una región caracterizada por la dureza del terreno y la falta de recursos, que han obstaculizado la evangelización sistemática y han incentivado el sincretismo con las antiguas creencias amerindias.
Los otomíes constituyen uno de los grupos indígenas más numerosos de México, ocupando un territorio discontinuo que se extiende sobre parte de ocho estados de la federación mexicana (Hidalgo, Guanajuato, México, Michoacán, Puebla, Querétaro, Tlaxcala y Veracruz). Su lengua pertenece a la familia lingüística oto-mangue, una de las más antiguas y diversificadas del país; según datos recientes, en conjunto es hablada por aproximadamente 300 000 individuos, subdivididos en nueve variantes oficialmente reconocidas con un alto grado de variabilidad local.
Los otomíes de la Sierra, o yuhú, residen principalmente en la porción hidalguense de la Sierra Madre Oriental denominada “Sierra Otomí-Tepehua”: una región climáticamente heterogénea que desde las montañas de Tenango de Doria desciende gradualmente hacia la Huasteca, atravesando los municipios de San Bartolo Tutotepec y Huehuetla. Probablemente los otomíes serranos ocuparon ese territorio entre los siglos XII y XIII, estableciendo una convivencia con las vecinas poblaciones totonaca, nahua y tepehua. En el curso de los siglos, esa proximidad geográfica y cultural plasmó el complejo mosaico que hoy caracteriza el sur de la Huasteca, hecho de constantes colaboraciones e intercambios económicos, sociales y ceremoniales entre los diversos grupos etnolingüísticos.
La aspereza del territorio, la relativa escasez de recursos naturales y la ausencia de grandes centros ceremoniales hicieron que en el primer periodo colonial la penetración española en el área fuese lenta y dispersa, sin por eso impedir una profunda y sistemática obra de evangelización. Esa condición de relativo aislamiento favoreció la creación de un sistema religioso doble, hasta hoy extremadamente vital, en el que la ortodoxia católica se mezcla sin solución de continuidad con la visible inspiración amerindia de eventos, tanto públicos como privados, ligados al ciclo agrario y a la íntima relación con el ambiente natural.
A partir de la década de 1940, la penetración en la región también de misioneros protestantes dedicados a un trabajo capilar de proselitismo vino a dinamizar y complejizar aún más el panorama religioso y la vida social de la Sierra. Más tarde (desde los años 80) el inicio de grandes flujos migratorios hacia el resto del país (en primer lugar la capital federal) y Estados Unidos tuvo una fuerte influencia en las dinámicas socio-económicas locales, ligadas principalmente a una economía de subsistencia y pequeño comercio.
Las comunidades indígenas de la Sierra son afectadas cada vez más por las dinámicas globales, sin por eso lograr desvincularse en medida eficaz de las condiciones históricas de marginalidad social y grave pobreza. En contraste con el general abandono de la lengua materna por parte de las nuevas generaciones, a las que con frecuencia el sistema educativo propone el español como única lengua, en algunas áreas se observan procesos de reapropiación y reinvención cultural, que dan fe del surgimiento de una nueva conciencia del legado cultural como recurso eficaz en la búsqueda de la autodeterminación social y política.