Los nahuas o maseualmej de la Sierra Norte de Puebla
Los Nahua, uno de los mayores grupos lingüísticos indígenas de México, son también entre los más estudiados por los antropólogos. La MEIM se centra, en modo particular, en la región de Cuetzalan, donde han conservado la lengua vernácula y muchos aspectos de la cultura aborigen.
Los nahuas constituyen uno de los más consistentes grupos lingüísticos indígenas de México (alrededor de 1.500.000 individuos), distribuidos por toda la zona central de la república. Probablemente penetraron en la Sierra Norte de Puebla en el tardo periodo posclásico (del siglo XII al XV d. C.), ocupando territorios antes habitados por hablantes de lengua totonaca y otomí. Después de la Conquista española los nahuas sufrieron –como todos los nativos mexicanos— el proceso de evangelización por obra del clero católico, que transformó profundamente su vida social y su cultura, aunque sin eliminar muchos aspectos, ligados en particular a la esfera doméstica y a las actividades cotidianas: de la lengua al vestuario, de las formas de interacción social y cooperación económica a los valores solidarios que las inspiran, de los conocimientos y las prácticas médicas a las complejas concepciones de la persona, de los ritos domésticos a las manifestaciones públicas de la devoción religiosa, incluyendo la música y la danza. La tradición cultural nahua es bien conocida, gracias a la riquísima documentación histórica y arqueológica existente en torno a los principales centros urbanos del altiplano central (en primer lugar México Tenochtitlan, centro de la civilización azteca) que extendieron su dominio a gran parte del México actual antes de la llegada de los colonizadores españoles a principios del siglo XVI. Por la aspereza del territorio, lo difícil de los caminos que llevan a él y la relativa escasez de riquezas naturales, la región de Cuetzalan, donde la MEIM desarrolla sus indagaciones desde la década de 1980, permaneció aislada hasta época reciente: eso favoreció la conservación de la lengua vernácula y de muchos aspectos de la cultura aborigen, aunque fuese transformada por el plurisecolar proceso de aculturación. Apenas a fines del siglo XIX la agricultura de subsistencia centrada en el cultivo de la milpa (que combina maíz, frijol y calabaza) empezó a ser gradualmente suplantada por el monocultivo del café, paralelamente a la penetración de nuevos habitantes no indígenas, a la economía de mercado y, en las últimas décadas, a una creciente afluencia de turistas.
Actualmente la población del área incluye una fuerte mayoría indígena (nahua y en pequeña parte totonaca), concentrada sobre todo en las áreas rurales y en las comunidades periféricas, mientras que la minoría de los no indígenas, asentada principalmente en las cabeceras municipales, ejerce un fuerte control sobre los principales recursos económicos y, también gracias a eso, sobre el consenso electoral y sobre la gestión del poder político.
Esa situación de contraposición y conflicto arraigados desembocó en el pasado en formas abiertas de rebelión por parte de la población nativa oprimida y más recientemente ha dado origen en su interior a iniciativas tendientes a la cooperación económica, la formación escolar, la tutela del medio ambiente, la preservación de la lengua y del patrimonio cultural y también la lucha por el acceso al poder municipal. En ese marco de impulsos de afirmación política, espíritu empresarial económico y reivindicación identitaria, han adquirido un significado radicalmente nuevo muchos elementos característicos de la cultura aborigen: vistos antes con desdén por la élite mestiza y considerados marcadores de retraso, ignorancia y pobreza, hoy esos elementos son revalorados y exhibidos como indicadores de la especificidad cultural de la región y jugados en el plano de los atractivos turísticos y los recursos económicos, proporcionando así a los nativos instrumentos eficaces para negociar su propio papel en el contexto local y promover su reconocimiento y sus iniciativas en el panorama nacional y global.